viernes, 21 de agosto de 2009

ARTE Y MESTER

Por: Alejandro Hernández López
Jueves 20 de agosto 2009

¡Ay Jonás que ballenota ¡

Esta historia tiene como protagonista a un Obispo de la iglesia católica quién -por su loca carrera trepado en un vehiculo automotor- perdió el sentido de ubicación arrollando a inocentes personas, que no hacían otra cosa que conseguir el sustento de lo que por la tarde se echarían a la boca. Reina Marchena de 75 años de edad, en la historia, es el personaje que alcanzó un espacio en el cielo falleciendo en el lugar.

Ocurrió el jueves 13 de agosto, cuando el Obispo coincidió con un abismo, con esa ruptura que zanja a dios del hombre. Sendero que demuestra la distancia que nos separa de lo secreto, de lo sagrado. Fue una mañana trágica en las céntricas calles de la ciudad de Huatusco, Veracruz, México.

Las escenas se fueron hilvanando, la sucesión de ellas. Sin saber cual era la obra completa con todos sus actos. El Obispo aceleró su potente camioneta Pathfinder en pleno pueblo, donde resulta imposible correr un vehiculo como lo hizo el Obispo que en su loca carrera derribó, aplastó, arrolló, traspasó, violó, arruinó y quito una vida. Los resultados fueron personajes con figuras de tristeza, el escenario fue de desamparo, una brecha al desparpajo.

La realidad de este Obispo, aún cuando se asoma al umbral de los sueños, es ahora un viaje que desnuda las calles, a las pequeñas ciudades y termina en lo irónico. Y entonces el caos es irreversible.

El Obispo no sufría con la vida sino que la gozaba. Este Obispo era así todos los días y hasta en los años bisiestos. El Obispo tiene categoría mundial, oficia como apóstol. El padre Patiño goza de un empeño en el cual muchos nos hemos sacrificado sin conseguir nada.

Desconocemos para reconocer, para crear el mundo. También entramos en lo in-pensado, y sin pensar rebasamos lo socialmente aceptado, vamos con el ego desorbitado, ajeno a toda realidad.

Pero una muerte exige recompensa en el reino espiritual. Se presenta como un hedor repulsivo ante el cual no se puede ser indiferente; el hedor de un alma que regresa. El Obispo ahora sabe que ayer, el tiempo no era una preocupación.

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